Tenía prisa por llegar al restaurante. Cuando me introduje en su interior tuve prisa por quitarme el abrigo y sentarme a la mesa. Una vez allí sentado, acosado por una sensación de enorme apetito, tuve prisa por empezar a comer. Me di prisa al comer porque tenía prisa por marcharme de allí. Después de pagar la cuenta y lograr salir al exterior, recordé que tenía prisa por llegar a tu casa para poder verte unos minutos. Situado frente a ti, te abracé y te besé con premura puesto que tenía mucha prisa; aquella tarde debía ir sin falta a recoger el coche al taller, desde donde me habían llamado para que fuese lo más rápido posible a retirar el vehículo, y poder así dejar espacio para que otro ocupara su lugar. Me marché casi tan rápido como vine, y después de retirar el coche del taller, recordé que había quedado contigo para ir al cine, pero que antes tenía que pasar por mi casa y bajar a mi perro al parque con la esperanza de que se diera prisa en hacer sus necesidades. Logré hacer a toda prisa todo esto, te fui a buscar, llegamos a tiempo al cine, vimos una mediocre película (la verdad es que me pareció un poco lenta), te lleve de nuevo a tu casa, me retiré a la mía, comí algo mientras me desnudaba y me daba una ducha, y por fin conseguí acostarme pronto; al día siguiente tenía que madrugar. Intenté durante unos segundos antes de coger el sueño, recordar por qué debía madrugar al día siguiente. Casi caigo dormido antes de conseguirlo; pero al final mi mente salió triunfante y lo tuve claro. Al día siguiente, de manera ineludible, tenía que madrugar para seguir teniendo prisa. Dándome prisa; me dormí.



José Antonio Berbegal

Comentarios